¿La Salvación por Gracia, sin Obras?
¡Tú primer nacimiento no te basta para entrar al cielo! Nacimos siendo pecadores, no cristianos (Salmos 51:5) y es por esto que la Biblia nos dice “Os es necesario nacer otra vez”. Esto ha creado demasiada confusión. Todos hemos escuchado hablar a algunos actores de Hollywood, a los que han sido sentenciados a muerte, y a algunos políticos decir que han “nacido otra vez”, muchos de ellos no son muy convincentes. Sin embargo, La Biblia nos dice que “os es necesario” nacer de nuevo (Juan 3:7). Es un nacimiento espiritual. “Lo que es nacido de la carne, carne es; [tu nacimiento físico] y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” (Juan 3:6). Esto solamente Dios te lo puede dar. No proviene “de vosotros”, y no te lo puede dar la iglesia ni el ministro, “pues es don de Dios”.! (Efesios 2:8). De la manera en la que nos fue imposible participar en nuestro nacimiento físico, menos podemos obrar para lograr el nacimiento espiritual. Ninguno puede lograr, merecer, ganar, o comprar su nacimiento físico, tampoco puede hacerlo para su nacimiento espiritual. Alguien nos lo tiene que dar. Nuestras madres nos dieron el nacimiento físico, pero es el Espíritu de Dios el que obra para darnos un nacimiento espiritual. Hay una gran diferencia entre los dos nacimientos ya que no tuvimos voz ni voto en el nacimiento físico, pero si lo tenemos en el nacimiento espiritual. “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Romanos 10:13)
La Biblia dice “No por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:9). ¿Puedes imaginarte las largas filas de pecadores en el día de juicio, y cada uno pasando ante Dios para jactarse de lo bueno que han sido? ¿Desearías escuchar esto? ¡Tampoco Dios lo desea! “Así que, concluimos ser el hombre justificado por fe sin las obras de la ley.” (Romanos 3:28) Aunque fuera posible vivir una vida perfecta y sin pecado a partir de este momento, y sabemos que no lo es, ¿Qué pasaría con todos los pecados que has cometido hasta este momento? “Porque la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23)
Quizás estés pensando, “Eso es demasiado fácil”. Anteriormente yo hubiera estado de acuerdo contigo. Yo pensaba “¿Dios me va a perdonar todos mis pecados y llevarme al cielo, por solamente confiar en que Él lo hará?”. De alguna manera, en mi juventud, me habían hecho creer que yo podía ganarme la salvación. ¡La Biblia enseña algo diferente! En la época en la que contemplaba esto un evento inesperado me abrió los ojos al porque yo no podía salvarme a mi mismo.
Mientras estaba en la marina, unos amigos y yo hablamos de aventarnos de un avión en paracaídas. Esto no era relacionado con nuestro servicio militar sino que sería en nuestro tiempo libre. Al siguiente día cuando nos encontramos en el aeropuerto solo uno de mis amigos se presentó. Los demás se habían acobardado. En el hangar, había ocho civiles, mi amigo y yo. Todos escuchamos cuatro horas de instrucciones de “Como saltar de un avión con un paracaídas”.
Tengo algo de miedo a las alturas y recuerdo haber pensado, “¿De verdad voy a hacer esto?”. El instructor nos dijo que sería como saltar de una mesa a la arena. ¡La realidad es que es más similar a saltar de un techo al piso de cemento! Todos escuchaban atentamente al instructor pero yo deseaba estar en cualquier otro lado y pensaba en alguna manera para escaparme de todo esto.
Cuando llego el tiempo de abordar el avión, todos corrieron hacia la aeronave, excepto yo. Me quedé atrás observándolos y pensando que valientes eran. Así que camine hasta el avión diciéndome “Si ellos lo pueden hacer, yo también puedo”. ¡Era demasiado tonto y no sabía que el último en subir al avión sería el primero en saltar! Me senté justo al lado de la puerta ya que no había más espacio. De hecho, no había una puerta sino solamente un espacio en donde normalmente estaría la puerta ya que la habían quitado para facilitar el paracaidismo. Pensarías que se me hubiera ocurrido al sentarme junto a la puerta que yo sería el primero en saltar, pero aún no se me ocurría. Aun no estaba seguro de querer saltar pero estaba muy seguro de que no quería ser el que saldría primero para demostrarles a los demás como hacerlo.
El avión despegó y observé como todo lo que estaba en la tierra se alejaba y pensaba “¿Cómo le hice para meterme en esta situación?”. Fue entonces que me di cuenta que las manijas de apertura de nuestros paracaídas habían sido sujetadas a una barra de metal al momento de abordar el avión, para que no fuera necesario jalarlas sino que el paracaídas se abriría automáticamente al saltar del avión. Al observar esto, me di cuenta que mi manija de apertura estaba situada encima de las demás y un pensamiento aterrador me sobrevino. Volteé al instructor y le dije, “¿Oye, no soy el primero en saltar, verdad?”. Todos me voltearon a ver y moviendo la cabeza me decían que sí, algunos hasta se reían audiblemente.
Al alcanzar una altitud de tres mil pies, el piloto redujo el poder de la máquina y el instructor me dijo “Agárrate del ala”. Para entonces, tenía tres años en la marina y estaba acostumbrado a que cuando me daban una orden, yo obedecía. Así que me salí al ala. A los tres mil pies de altura los árboles parecen ser de medio centímetro de alto. Al mirar hacia abajo me sobrevino un temor. Pensé, “¡Tonto, qué estás haciendo!”. El instructor gritó que brincara. Lo miré y le dije que si moviendo la cabeza pero cuando miré hacia abajo, no podía soltarme. Esto se repitió varias veces, con el instructor gritándome que brincara y yo diciéndole que si con la cabeza pero sin poder soltarme de avión. Allí estaba, congelado de miedo en el ala del avión. Vi que el instructor platicaba con el piloto, no sabían que hacer conmigo. Después supe que estaban considerando aterrizar ¡conmigo aun agarrado del ala!
Tenía demasiado miedo para saltar y demasiada vergüenza para regresar al avión. Todos me estaban observando a través de la ventana del avión, preguntándose si en realidad iba a saltar o no. Lo único que podía pensar era “¿Cómo me metí en esto?” y aún más importante “¿Cómo voy a salir de esto?”, “¿Cómo lo logran hacer los demás?”. Entonces pensé, “Ya sé cómo lo hacen; usan su paracaídas. Esto en realidad es tonto y jamás lo volveré a hacer, pero esto tiene que servir aunque sea una vez más”. En ese momento me solté del avión.
En una ocasión después de haber contado esta historia en una iglesia, se me acercó una ancianita y me preguntó
“¿Hijito, funcionó?"
“¿A qué se refiere?” Le pregunté.
“¿El paracaídas, funcionó?”
“Si, funcionó.”
¿Por qué cuento esta historia? Porque como millones de personas, pensaba, “Yo creo en Jesús, y si me porto muy bien, podré ir al cielo”. Esa forma de pensar es igual a decir, “Creo en este paracaídas, pero no me soltaré del avión”. Si le hubiera dicho al instructor, “Confío en el paracaídas” él me hubiera gritado “¡Suéltate del avión!”. En tu caminar a diario por favor pórtate bien, pero tus buenas obras jamás serán suficientes para pagar las malas obras que has cometido (pecados). Esto solo se logra mediante la fe en Cristo. Para confiar en el paracaídas me fue necesario soltarme del avión, para confiar en Cristo me fue necesario dejar atrás mi confianza en mí bautizo, mis buenas obras y mí “religión”. La Iglesia Bautista a la cual me hice miembro después tampoco podía salvarme. Era necesario que depositara mi fe en Cristo. Quizá se te haga demasiado sencillo. ¡Entonces inténtalo! Por casi 24 años creí que llegaría al cielo a mí manera, pero para confiar en el Hijo de Dios tuve que renunciar a las cosas de las cuales yo dependía y confiar en alguien a quien yo nunca había visto y creer que Él cumpliría Su Palabra (Romanos 10:13). Cuando uno dice, “Yo confío en Cristo y si me porto muy bien iré al cielo”, no está confiando en Cristo sino que en sus “buenas” obras para llegar a cielo. Yo no dije “Entra en mi corazón” o “Perdona todos mis pecados”, aunque dentro de mí sentía eso y aún más. Lo único que dije en voz audible cuando recibí a Jesús como mi Señor fue “Si, Señor, yo creo en ti”. ¡Yo confío en Cristo Jesús para llevarme al cielo y si Él no me lleva, entonces nunca iré porque mi fe no está en nada ni nadie más! Yo creo que es exactamente como Dios ha dicho, “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo…” (Hechos 16:31). El camino de los hombres busca darle la gloria al hombre, pero en el plan de Dios solo Jesús recibirá la gloria porque nuestra fe está en Él, y no en nosotros mismos y lo que hemos logrado.
“Mas ¿qué dice? Cercana está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe, la cual predicamos: Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia; más con la boca se hace confesión para salud.” (Romanos 10:8-10)
La Biblia dice “No por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:9). ¿Puedes imaginarte las largas filas de pecadores en el día de juicio, y cada uno pasando ante Dios para jactarse de lo bueno que han sido? ¿Desearías escuchar esto? ¡Tampoco Dios lo desea! “Así que, concluimos ser el hombre justificado por fe sin las obras de la ley.” (Romanos 3:28) Aunque fuera posible vivir una vida perfecta y sin pecado a partir de este momento, y sabemos que no lo es, ¿Qué pasaría con todos los pecados que has cometido hasta este momento? “Porque la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23)
Quizás estés pensando, “Eso es demasiado fácil”. Anteriormente yo hubiera estado de acuerdo contigo. Yo pensaba “¿Dios me va a perdonar todos mis pecados y llevarme al cielo, por solamente confiar en que Él lo hará?”. De alguna manera, en mi juventud, me habían hecho creer que yo podía ganarme la salvación. ¡La Biblia enseña algo diferente! En la época en la que contemplaba esto un evento inesperado me abrió los ojos al porque yo no podía salvarme a mi mismo.
Mientras estaba en la marina, unos amigos y yo hablamos de aventarnos de un avión en paracaídas. Esto no era relacionado con nuestro servicio militar sino que sería en nuestro tiempo libre. Al siguiente día cuando nos encontramos en el aeropuerto solo uno de mis amigos se presentó. Los demás se habían acobardado. En el hangar, había ocho civiles, mi amigo y yo. Todos escuchamos cuatro horas de instrucciones de “Como saltar de un avión con un paracaídas”.
Tengo algo de miedo a las alturas y recuerdo haber pensado, “¿De verdad voy a hacer esto?”. El instructor nos dijo que sería como saltar de una mesa a la arena. ¡La realidad es que es más similar a saltar de un techo al piso de cemento! Todos escuchaban atentamente al instructor pero yo deseaba estar en cualquier otro lado y pensaba en alguna manera para escaparme de todo esto.
Cuando llego el tiempo de abordar el avión, todos corrieron hacia la aeronave, excepto yo. Me quedé atrás observándolos y pensando que valientes eran. Así que camine hasta el avión diciéndome “Si ellos lo pueden hacer, yo también puedo”. ¡Era demasiado tonto y no sabía que el último en subir al avión sería el primero en saltar! Me senté justo al lado de la puerta ya que no había más espacio. De hecho, no había una puerta sino solamente un espacio en donde normalmente estaría la puerta ya que la habían quitado para facilitar el paracaidismo. Pensarías que se me hubiera ocurrido al sentarme junto a la puerta que yo sería el primero en saltar, pero aún no se me ocurría. Aun no estaba seguro de querer saltar pero estaba muy seguro de que no quería ser el que saldría primero para demostrarles a los demás como hacerlo.
El avión despegó y observé como todo lo que estaba en la tierra se alejaba y pensaba “¿Cómo le hice para meterme en esta situación?”. Fue entonces que me di cuenta que las manijas de apertura de nuestros paracaídas habían sido sujetadas a una barra de metal al momento de abordar el avión, para que no fuera necesario jalarlas sino que el paracaídas se abriría automáticamente al saltar del avión. Al observar esto, me di cuenta que mi manija de apertura estaba situada encima de las demás y un pensamiento aterrador me sobrevino. Volteé al instructor y le dije, “¿Oye, no soy el primero en saltar, verdad?”. Todos me voltearon a ver y moviendo la cabeza me decían que sí, algunos hasta se reían audiblemente.
Al alcanzar una altitud de tres mil pies, el piloto redujo el poder de la máquina y el instructor me dijo “Agárrate del ala”. Para entonces, tenía tres años en la marina y estaba acostumbrado a que cuando me daban una orden, yo obedecía. Así que me salí al ala. A los tres mil pies de altura los árboles parecen ser de medio centímetro de alto. Al mirar hacia abajo me sobrevino un temor. Pensé, “¡Tonto, qué estás haciendo!”. El instructor gritó que brincara. Lo miré y le dije que si moviendo la cabeza pero cuando miré hacia abajo, no podía soltarme. Esto se repitió varias veces, con el instructor gritándome que brincara y yo diciéndole que si con la cabeza pero sin poder soltarme de avión. Allí estaba, congelado de miedo en el ala del avión. Vi que el instructor platicaba con el piloto, no sabían que hacer conmigo. Después supe que estaban considerando aterrizar ¡conmigo aun agarrado del ala!
Tenía demasiado miedo para saltar y demasiada vergüenza para regresar al avión. Todos me estaban observando a través de la ventana del avión, preguntándose si en realidad iba a saltar o no. Lo único que podía pensar era “¿Cómo me metí en esto?” y aún más importante “¿Cómo voy a salir de esto?”, “¿Cómo lo logran hacer los demás?”. Entonces pensé, “Ya sé cómo lo hacen; usan su paracaídas. Esto en realidad es tonto y jamás lo volveré a hacer, pero esto tiene que servir aunque sea una vez más”. En ese momento me solté del avión.
En una ocasión después de haber contado esta historia en una iglesia, se me acercó una ancianita y me preguntó
“¿Hijito, funcionó?"
“¿A qué se refiere?” Le pregunté.
“¿El paracaídas, funcionó?”
“Si, funcionó.”
¿Por qué cuento esta historia? Porque como millones de personas, pensaba, “Yo creo en Jesús, y si me porto muy bien, podré ir al cielo”. Esa forma de pensar es igual a decir, “Creo en este paracaídas, pero no me soltaré del avión”. Si le hubiera dicho al instructor, “Confío en el paracaídas” él me hubiera gritado “¡Suéltate del avión!”. En tu caminar a diario por favor pórtate bien, pero tus buenas obras jamás serán suficientes para pagar las malas obras que has cometido (pecados). Esto solo se logra mediante la fe en Cristo. Para confiar en el paracaídas me fue necesario soltarme del avión, para confiar en Cristo me fue necesario dejar atrás mi confianza en mí bautizo, mis buenas obras y mí “religión”. La Iglesia Bautista a la cual me hice miembro después tampoco podía salvarme. Era necesario que depositara mi fe en Cristo. Quizá se te haga demasiado sencillo. ¡Entonces inténtalo! Por casi 24 años creí que llegaría al cielo a mí manera, pero para confiar en el Hijo de Dios tuve que renunciar a las cosas de las cuales yo dependía y confiar en alguien a quien yo nunca había visto y creer que Él cumpliría Su Palabra (Romanos 10:13). Cuando uno dice, “Yo confío en Cristo y si me porto muy bien iré al cielo”, no está confiando en Cristo sino que en sus “buenas” obras para llegar a cielo. Yo no dije “Entra en mi corazón” o “Perdona todos mis pecados”, aunque dentro de mí sentía eso y aún más. Lo único que dije en voz audible cuando recibí a Jesús como mi Señor fue “Si, Señor, yo creo en ti”. ¡Yo confío en Cristo Jesús para llevarme al cielo y si Él no me lleva, entonces nunca iré porque mi fe no está en nada ni nadie más! Yo creo que es exactamente como Dios ha dicho, “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo…” (Hechos 16:31). El camino de los hombres busca darle la gloria al hombre, pero en el plan de Dios solo Jesús recibirá la gloria porque nuestra fe está en Él, y no en nosotros mismos y lo que hemos logrado.
“Mas ¿qué dice? Cercana está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe, la cual predicamos: Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia; más con la boca se hace confesión para salud.” (Romanos 10:8-10)