“El que Gana Almas”
(Una historia verídica asombrosa)
Author leading his father to the Lord at 92 years of age. (2 min.)
La primera vez que testifiqué
Mientras estaba en mi servicio militar, un hermano de la Marina me invitó a su iglesia. Después de haber asistido un par de semanas, el pastor se me acercó al concluir el servicio de la tarde y me preguntó, “¿Qué vas a hacer mañana por la tarde?”. Sabía que no había culto la noche siguiente por lo que creí que me estaba invitando a su casa a cenar. Le contesté, “No voy a hacer nada.”
“Que bien” me dijo, “quiero que nos acompañes mañana a testificar.”
“Yo no puedo hacer eso,” le dije.
Me preguntó, “¿Por qué no?”
“No sabría qué decir.” Le dije.
“No tienes que hablar, sólo serás un acompañante silencioso,” me dijo explicándome que el acompañante silencioso va para motivar y permite que su compañero sea el que habla. Yo no quería ir, pero no se me ocurría ninguna forma de evitarlo ya que le había dicho al pastor que no estaba ocupado. Entonces le dije, “Está bien.”
El día siguiente el pastor me mandó con un joven de diecinueve años que parecía gustarle argumentar y me dijo, “¡Vamos tras ellos!”. Yo no quería ir “tras” nadie. La primera casa que vistamos era la de una mujer que asistía a la iglesia cuyo hijo era ateo. Ella nos recibió diciendo, “Que bien, me da gusto que estén aquí,” y nos sentó en la mesa de la cocina a mi compañero y a mí para testificarle a su hijo ateo (discutir con el). Ella salió de la cocina dejándome solo que ellos. Ellos estaban sentados uno frente al otro mientras yo estaba sentado al pie de la mesa. Platicaron aproximadamente una hora y cada uno parecía tener argumentos convincentes. Yo solo estaba esperando a que terminaran para hacerme el enfermo e irme a mi casa. Después de 40 minutos más el ateo, que para ese entonces ya se estaba frustrando, se detuvo y me señaló con el dedo y me dijo, “¿Tú que haces aquí?” Hasta ese momento yo no había dicho nada y esperaba poder irme sin tener que decir nada. Pero ahora, él me estaba señalando y preguntándome por qué había venido a su casa. Mi mente quedó en blanco, y solo me le quedaba viendo pensando, “Esa es una muy buena pregunta, ¿qué hago aquí?”
No podía pensar en una razón verdadera para estar allí – excepto la verdad. Entonces le dije, “Yo solo creo que Dios quiere que esté aquí.”
A esto solo me contestó “Ah”, y siguió discutiendo con mi compañero. Eso fue todo lo que él me dijo a mí y todo lo que yo le dije pero ¿adivinen qué? El Espíritu Santo me dio gozo por haberlo dicho. Fue como si Dios me estaba diciendo, “Bien hecho, por fin me defendiste.” No fue mucho, solo un inicio pero me dio gozo. Empecé a sonreír y el joven ateo me miró un par de veces tratando de entender por qué estaba tan contento. Cuando salimos le pregunté a mi compañero, “¿A dónde vamos ahora?” Así empecé a testificar acerca de Cristo.
Historia Verídica Asombrosa
Gia thuong Nguyen (Así se llamaba pero le decíamos “Yar Win”) había sido un oficial en la Marina Vietnamita durante la guerra de Vietnam. El y su tripulación patrullaban el Delta de Mekong en una lancha motorizada buscando a los Viet Cong que utilizaban este río. En 1975 Yar Win estaba a bordo de su lancha cuando escuchó por la radio que Saigón había caído en manos de Vietnam del Norte y que todos los soldados, incluyendo a Yar Win debían entregar sus armas. Les dijeron que serían enviados a campamentos de recolocación por cuatro meses para después ser reunidos con sus familias. Yar Win pasó los siguientes cuatro años como prisionero de guerra en una prisión remota en la jungla junto con otros oficiales. Cada uno estaba en una choza pequeña con unos metros entre choza y choza. Aparentemente, los soldados que no eran oficiales si pasaron solamente un tiempo corto confinados en la prisión para después ser liberados, pero los oficiales no.
Yar Win dijo que al salir de la prisión solo tenía una cosa en la mente: salir de Vietnam. No podría vivir bajo el liderazgo de contra quienes había peleado. Deseaba la libertad y se decidió a encontrar una manera de salir del país. Su esposa había criado a sus dos hijos con la esperanza de vivir como familia otra vez. Él le dijo a su esposa de su deseo de salir del país en un bote (en ese tiempo se les conocía a los que huían como “lancheros”). Ella le explicó que sería muerte segura si lo atrapaban ya que el nuevo gobierno comunista decapitaba a los que detenían. Ella tenía miedo de arriesgar sus vidas y las de sus hijos. Él le dijo que él se arriesgaría y si lograba llegar a un lugar seguro, mandaría por ellos. Ella no podía saber que los cuatro años que había esperado sería poco a comparación a lo que les esperaba.
Yar Win abordó el barco con otros que huían y por casi una semana navegaron en alta mar. Utilizó su experiencia de capitán para navegar utilizando las estrellas y el Señor les dio noches con cielos despejados. Los recogieron cerca de Malasia y fueron llevados a una isla pequeña a un campamento de refugiados. Tardó un año en lograr llegar a los Estados Unidos mientras se procesaban los documentos. Ya en América, encontró un empleo y empezó a trabajar en traer a su esposa e hijos a su nuevo hogar.
Pasaron once años. Intentó traerlos de muchas maneras, incluso por medio de la Cruz Roja pero todas llevaban a callejones sin salida. Parte del problema era el comprar los boletos de avión para su esposa e hijos: ¿Quién pagaría? Fue en este panorama de desesperación que él recibió una carta de su esposa. Decía, en parte, ya para qué seguir intentando con tantos años sin llegar a nada y si todas las opciones se les acababan. ¿Qué esperanza quedaba? Recuerden, él había peleado en la guerra como oficial de la Marina de Vietnam del Sur, había pasado cuatro años en una prisión de los comunistas en la jungla, había arriesgado su vida para salir y cruzar el mar en un bote y había luchado once años para traer a su familia. Un hombre puede soportar mucho, pero la pérdida de la familia es insuperable.
El mismo día que él recibió la carta de su esposa, toqué su puerta por primera vez. Si no fuera por un voto que le hice a Dios, jamás lo hubiera conocido. Cuando yo estaba en el seminario bíblico me retó un predicador que dijo que los cristianos debemos testificarle a por lo menos una persona por día e intentar ganar una persona para Cristo a la semana. En la invitación al final de la predicación, pasé al frente e hice un voto al Señor. Claro, es la Palabra de Dios y Su Espíritu que salva a las personas, pero Dios utiliza a las personas para lograr Su voluntad (vea Hechos 1:8). Temía que posiblemente no podría ganar un alma a la semana, pero sabía que podía testificarle a una persona al día. Por lo tanto, hice el voto.
Resultó ser más difícil de lo que aparentaba. Calculé que les testificaría a treinta personas cada mes. Los primeros dos meses lo intenté y fallé al promedio que me había propuesto. Poco después se me “olvidó” mi voto. Después de mi graduación fui a trabajar en una iglesia como el Pastor Asistente. En una conferencia, un pastor nos retó a formular un plan para lograr nuestras metas. Pensé en mi voto mientras escuchaba la predicación. Regresando a casa concluí que la única forma de cumplir mi voto era ir de puerta en puerta por lo tanto fijé un día y el tiempo de cada semana para hacerlo. El primer mes de tocar puertas no tuve éxito en lograr mi meta, pero estuve muy cerca. Al siguiente mes la superé. Podrían decir que esto es presunción y supongo que se podría interpretar de esa manera pero era necesario mantener un conteo para asegurarme de que cumpliera mi voto.
Calculé que estaba atrasado con 500 personas desde que hice el voto. El tiempo pasó y cumplí con mi voto testificándoles a aun más personas cuando llegaba al fin del mes para irle reduciendo a las 500 personas que yo debía. Yo recomiendo que no hagan muchos votos, pero si los hacen, Dios nos dice que los cumplamos (Eclesiastés 5:4-5). Pude cumplir mi voto 9 años y aun así no había podido ponerme al corriente aunque si le bajé al número a 400. Me di cuenta que si no hacía un cambio jamás podría llegar a cumplirlo. Formulé un nuevo plan de trabajo y determiné que después de lograr mi meta de testificarle a 7 personas por semana no pararía sino que le seguiría hasta testificarle a dos más. Esto reduciría mi lista por lo menos 100 personas por año.
Fue por este nuevo plan que conocí a Yar Win. De hecho, fue en el primer día que puse en marcha mi nuevo plan. Fue el 24 de Abril de 1989, ese día había pasado una hora tocando puertas en ambos lados de la calle y había logrado testificarles a 7 personas para la semana. Recordé que había decidido a testificarles a dos personas más. Me fui a la siguiente calle y pasé unos minutos platicando con la señora de la primera casa que se encontraba justo a un lado de la casa de Yar Win. Al concluir me seguí por la acera y caminé por el patio de la casa de Yar Win. La puerta estaba abierta pero no se veía nadie. Toqué en el marco de la puerta y un hombre apareció de atrás de una esquina con una toalla envuelta en la cabeza. La toalla le cubría toda la cara por lo que no podía ver sus facciones. Pensé, “Esto es diferente”. No tenía idea del por qué tenía la toalla envuelta en la cabeza. Quise platicar con él pero no le entendía nada de lo que decía. Ya me iba cuando de pronto se cayó justo en frente de mí. Fue entonces que vi las manchas en la toalla y le pregunté si estaba sangrando. Me contestó, “Sí”. Esa fue la primera palabra que le entendí. Se quitó la toalla y pude ver su cara que estaba cubierta de sangre. Cuando vi esto me dio miedo y supe que algo malo había sucedido pero no sabía qué ni por qué. No sabía si había sido un accidente y tenía miedo de entrar en su hogar porque pensaba que podía ser un caso de violencia doméstica. Corrí a la casa de la vecina donde había estado anteriormente y le dije a la señora que su vecino estaba sangrando gravemente. Le dije que llamara a una ambulancia. Ella llamó, y llegó la policía y la mitad de los vecinos de la calle llenando su sala. Los vecinos de Yar Win lo pusieron en su sofá e hicieron lo que podían. Estaba sangrando de su cabeza, uno de sus ojos estaba saltado y su quijada parecía estar dislocada.
Una bala había entrado en la parte inferior de su barba dejando quemaduras de pólvora y salió por su frente justo debajo de línea del cabello. Sus vecinos le preguntaron qué había pasado y él les dijo que se había disparado el mismo. La policía después determinó que había utilizado su pistola de calibre 32.
Fue en ese momento, con la sala de Yar Win llena de vecinos, con él en el sofá esperando a la ambulancia, sangrando y sin muchas esperanzas de sobrevivir que le pregunté si me permitiría hacer una oración. Todos estuvieron de acuerdo y oramos. Fui a donde él estaba acostado y le dije que era predicador. Le testifique justo allí en ese momento. Le dije, “Cuando el Señor Jesucristo murió, hubo dos hombres más que murieron junto con Él; uno a la derecha y el otro a la izquierda. Ambos eran ladrones pero Jesús solo salvó a uno y al otro no. Al que salvó no era bueno, no era miembro de una iglesia, no había sido bautizado, y como era ladrón sabemos que no había obedecido los Diez Mandamientos. (Debemos hacer todas estas cosas buenas pero ellas no salvan, no perdonan los pecados, ni abren las puertas del Cielo para nosotros.) El otro ladrón era de la misma clase de pecador así que no podemos decir que uno era mejor que el otro. Ambos sabían de la existencia de Jesús, estaban hablando con Él.” Entonces le pregunté a Yar Win, “¿Cuál fue la diferencia? ¿Por qué salvó a uno y no salvó al otro?” El me miró pero no respondió. Yo contesté, “Porque uno le pidió a Cristo que lo salvara y el otro no confió en Él para la salvación.
Le pregunté, “¿Puedes confesarle a Dios que eres pecador y que necesitas Su perdón?” También le pregunté si creía que Cristo murió por su pecado y que el cuerpo de Cristo resucitó de la tumba. “Si” me contestó a todas las preguntas. Le cité un versículo, Romanos 10:13, “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Le expliqué que “todo aquel” se refería a él, y que el nombre del Señor es Jesús (Romanos 10:9). Nuestro Salvador no es solamente un “ser superior”. El Señor Jesucristo nos creó y murió por nosotros (Colosenses 1:13-16) y si confiamos en Él, Dios dijo que Él nos salvará.
Yo le pregunté a Yar Win, “¿Te gustaría pedirle a Cristo que entre en tu corazón y te salve?” Me respondió, “Si”. Le guíe en oración. Todos somos pecadores (Romanos 3:23); la diferencia es que algunos son perdonados pero otros no lo son. Puede ser cierto que no hayas pecado tanto como otros (Lucas 7:47, Génesis 39:9, Isaías 1:18, Juan 19:11) pero no importa como lo veas, tu y yo somos pecadores. Todos los pecados rompen la comunión con Dios y ocasiona que necesitemos Su perdón.
La oración para salvación contiene lo siguiente:
1) Reconoces ante Dios que eres pecador y necesitas Su perdón.
2) Y que crees que Cristo murió por tu pecado.
3) Acudes al Señor de manera personal pidiéndole el perdón de tus pecados.
4) Confías en Él para llevarte al cielo cuando mueras.
Yar Win dijo que él haría todo esto, pero lo hizo de una manera distinta a lo que yo esperaba. Yo le había indicado que podía orar en su corazón porque había visto que la bala le había roto algunos dientes, pero él oró en voz alta aun con la sangre gorgoreando en su garganta. Después de la oración llegó la policía, la ambulancia y un helicóptero de rescate. El asistente médico que le tomó la presión arterial dijo, “No sé cómo lo hace”. Yar Win se había disparado en la cabeza y seguía consciente y hablando. Le pregunté a los rescatistas si creían que sobreviviría. Ellos me contestaron, “Ya veremos”.
Lo llevaron en helicóptero al hospital Harborview Medical Center en Seattle. Al día siguiente lo operaron porque le había quedado un fragmento de la bala. Le pregunté al doctor si él creía que viviría y si sobrevivía qué daño tendría en su cerebro. El doctor respondió, “Esa área del cerebro no es tan importante.” ¡Yo creía que todo el cerebro era importante! Él dijo, “Habrá daño, pero tendremos que esperar y ver hasta dónde.” Hasta el día de hoy, el único problema que le conozco es que en ocasiones Yar Win experimenta pérdida de conocimiento que dura unos minutos. A pesar de su herida tiene un trabajo y vive una vida normal.
Él me dijo después que jamás había confiado en Cristo antes pero había visto algunos programas religiosos en la tele. Le mostré con la Biblia que podía tener seguridad de su salvación porque dice en la Palabra para “sepáis” que “tenéis” vida eterna basado en lo que esta “escrito” en la Palabra de Dios (1 Juan 5:13). Nuestra fe se basa en lo que dice La Biblia (Romanos 10:13, 17) y no en nuestros sentimientos. Estoy seguro que el ladrón en la cruz se sentía crucificado, pero tenía la promesa de Jesús y nosotros también la tenemos: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Romanos 10:13). ¿Si el día de mañana tienes dudas o estás enfermo y no te sientes “salvo”, vas a confiar en tus sentimientos como el indicador espiritual o en lo que Dios dijo? “Si vosotros no creyereis, de cierto no permaneceréis.” (Isaías 7:9).
En otras palabras, si no crees en lo que Dios ha dicho, ¿cómo puedes saber? ¿En qué opinión o teoría confiarás? “Mas ¿qué dice? Cercana está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe, la cual predicamos: Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia; mas con la boca se hace confesión para salud. Porque la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia de Judío y de Griego: porque el mismo que es Señor de todos, rico es para con todos los que le invocan: Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Romanos 10:8-13).
Yar Win vino a nuestra iglesia y fue bautizado. Se sentó en la primera fila cantando alabanzas a Dios y memorizando Las Escrituras. Después, la iglesia juntó dinero para comprar los boletos de avión que traerían a su esposa e hijos a los Estados Unidos. Yar Win sirvió de traductor para su esposa mientras una hermana de la iglesia le guío al Señor. Sus dos hijos, quienes obtuvieron excelentes calificaciones en la escuela, lograron graduarse de la universidad. Estoy feliz de poder decir que se agregó alguien más a la familia ya que Yar Win y su esposa tuvieron un tercer hijo.
La primera vez que testifiqué
Mientras estaba en mi servicio militar, un hermano de la Marina me invitó a su iglesia. Después de haber asistido un par de semanas, el pastor se me acercó al concluir el servicio de la tarde y me preguntó, “¿Qué vas a hacer mañana por la tarde?”. Sabía que no había culto la noche siguiente por lo que creí que me estaba invitando a su casa a cenar. Le contesté, “No voy a hacer nada.”
“Que bien” me dijo, “quiero que nos acompañes mañana a testificar.”
“Yo no puedo hacer eso,” le dije.
Me preguntó, “¿Por qué no?”
“No sabría qué decir.” Le dije.
“No tienes que hablar, sólo serás un acompañante silencioso,” me dijo explicándome que el acompañante silencioso va para motivar y permite que su compañero sea el que habla. Yo no quería ir, pero no se me ocurría ninguna forma de evitarlo ya que le había dicho al pastor que no estaba ocupado. Entonces le dije, “Está bien.”
El día siguiente el pastor me mandó con un joven de diecinueve años que parecía gustarle argumentar y me dijo, “¡Vamos tras ellos!”. Yo no quería ir “tras” nadie. La primera casa que vistamos era la de una mujer que asistía a la iglesia cuyo hijo era ateo. Ella nos recibió diciendo, “Que bien, me da gusto que estén aquí,” y nos sentó en la mesa de la cocina a mi compañero y a mí para testificarle a su hijo ateo (discutir con el). Ella salió de la cocina dejándome solo que ellos. Ellos estaban sentados uno frente al otro mientras yo estaba sentado al pie de la mesa. Platicaron aproximadamente una hora y cada uno parecía tener argumentos convincentes. Yo solo estaba esperando a que terminaran para hacerme el enfermo e irme a mi casa. Después de 40 minutos más el ateo, que para ese entonces ya se estaba frustrando, se detuvo y me señaló con el dedo y me dijo, “¿Tú que haces aquí?” Hasta ese momento yo no había dicho nada y esperaba poder irme sin tener que decir nada. Pero ahora, él me estaba señalando y preguntándome por qué había venido a su casa. Mi mente quedó en blanco, y solo me le quedaba viendo pensando, “Esa es una muy buena pregunta, ¿qué hago aquí?”
No podía pensar en una razón verdadera para estar allí – excepto la verdad. Entonces le dije, “Yo solo creo que Dios quiere que esté aquí.”
A esto solo me contestó “Ah”, y siguió discutiendo con mi compañero. Eso fue todo lo que él me dijo a mí y todo lo que yo le dije pero ¿adivinen qué? El Espíritu Santo me dio gozo por haberlo dicho. Fue como si Dios me estaba diciendo, “Bien hecho, por fin me defendiste.” No fue mucho, solo un inicio pero me dio gozo. Empecé a sonreír y el joven ateo me miró un par de veces tratando de entender por qué estaba tan contento. Cuando salimos le pregunté a mi compañero, “¿A dónde vamos ahora?” Así empecé a testificar acerca de Cristo.
Historia Verídica Asombrosa
Gia thuong Nguyen (Así se llamaba pero le decíamos “Yar Win”) había sido un oficial en la Marina Vietnamita durante la guerra de Vietnam. El y su tripulación patrullaban el Delta de Mekong en una lancha motorizada buscando a los Viet Cong que utilizaban este río. En 1975 Yar Win estaba a bordo de su lancha cuando escuchó por la radio que Saigón había caído en manos de Vietnam del Norte y que todos los soldados, incluyendo a Yar Win debían entregar sus armas. Les dijeron que serían enviados a campamentos de recolocación por cuatro meses para después ser reunidos con sus familias. Yar Win pasó los siguientes cuatro años como prisionero de guerra en una prisión remota en la jungla junto con otros oficiales. Cada uno estaba en una choza pequeña con unos metros entre choza y choza. Aparentemente, los soldados que no eran oficiales si pasaron solamente un tiempo corto confinados en la prisión para después ser liberados, pero los oficiales no.
Yar Win dijo que al salir de la prisión solo tenía una cosa en la mente: salir de Vietnam. No podría vivir bajo el liderazgo de contra quienes había peleado. Deseaba la libertad y se decidió a encontrar una manera de salir del país. Su esposa había criado a sus dos hijos con la esperanza de vivir como familia otra vez. Él le dijo a su esposa de su deseo de salir del país en un bote (en ese tiempo se les conocía a los que huían como “lancheros”). Ella le explicó que sería muerte segura si lo atrapaban ya que el nuevo gobierno comunista decapitaba a los que detenían. Ella tenía miedo de arriesgar sus vidas y las de sus hijos. Él le dijo que él se arriesgaría y si lograba llegar a un lugar seguro, mandaría por ellos. Ella no podía saber que los cuatro años que había esperado sería poco a comparación a lo que les esperaba.
Yar Win abordó el barco con otros que huían y por casi una semana navegaron en alta mar. Utilizó su experiencia de capitán para navegar utilizando las estrellas y el Señor les dio noches con cielos despejados. Los recogieron cerca de Malasia y fueron llevados a una isla pequeña a un campamento de refugiados. Tardó un año en lograr llegar a los Estados Unidos mientras se procesaban los documentos. Ya en América, encontró un empleo y empezó a trabajar en traer a su esposa e hijos a su nuevo hogar.
Pasaron once años. Intentó traerlos de muchas maneras, incluso por medio de la Cruz Roja pero todas llevaban a callejones sin salida. Parte del problema era el comprar los boletos de avión para su esposa e hijos: ¿Quién pagaría? Fue en este panorama de desesperación que él recibió una carta de su esposa. Decía, en parte, ya para qué seguir intentando con tantos años sin llegar a nada y si todas las opciones se les acababan. ¿Qué esperanza quedaba? Recuerden, él había peleado en la guerra como oficial de la Marina de Vietnam del Sur, había pasado cuatro años en una prisión de los comunistas en la jungla, había arriesgado su vida para salir y cruzar el mar en un bote y había luchado once años para traer a su familia. Un hombre puede soportar mucho, pero la pérdida de la familia es insuperable.
El mismo día que él recibió la carta de su esposa, toqué su puerta por primera vez. Si no fuera por un voto que le hice a Dios, jamás lo hubiera conocido. Cuando yo estaba en el seminario bíblico me retó un predicador que dijo que los cristianos debemos testificarle a por lo menos una persona por día e intentar ganar una persona para Cristo a la semana. En la invitación al final de la predicación, pasé al frente e hice un voto al Señor. Claro, es la Palabra de Dios y Su Espíritu que salva a las personas, pero Dios utiliza a las personas para lograr Su voluntad (vea Hechos 1:8). Temía que posiblemente no podría ganar un alma a la semana, pero sabía que podía testificarle a una persona al día. Por lo tanto, hice el voto.
Resultó ser más difícil de lo que aparentaba. Calculé que les testificaría a treinta personas cada mes. Los primeros dos meses lo intenté y fallé al promedio que me había propuesto. Poco después se me “olvidó” mi voto. Después de mi graduación fui a trabajar en una iglesia como el Pastor Asistente. En una conferencia, un pastor nos retó a formular un plan para lograr nuestras metas. Pensé en mi voto mientras escuchaba la predicación. Regresando a casa concluí que la única forma de cumplir mi voto era ir de puerta en puerta por lo tanto fijé un día y el tiempo de cada semana para hacerlo. El primer mes de tocar puertas no tuve éxito en lograr mi meta, pero estuve muy cerca. Al siguiente mes la superé. Podrían decir que esto es presunción y supongo que se podría interpretar de esa manera pero era necesario mantener un conteo para asegurarme de que cumpliera mi voto.
Calculé que estaba atrasado con 500 personas desde que hice el voto. El tiempo pasó y cumplí con mi voto testificándoles a aun más personas cuando llegaba al fin del mes para irle reduciendo a las 500 personas que yo debía. Yo recomiendo que no hagan muchos votos, pero si los hacen, Dios nos dice que los cumplamos (Eclesiastés 5:4-5). Pude cumplir mi voto 9 años y aun así no había podido ponerme al corriente aunque si le bajé al número a 400. Me di cuenta que si no hacía un cambio jamás podría llegar a cumplirlo. Formulé un nuevo plan de trabajo y determiné que después de lograr mi meta de testificarle a 7 personas por semana no pararía sino que le seguiría hasta testificarle a dos más. Esto reduciría mi lista por lo menos 100 personas por año.
Fue por este nuevo plan que conocí a Yar Win. De hecho, fue en el primer día que puse en marcha mi nuevo plan. Fue el 24 de Abril de 1989, ese día había pasado una hora tocando puertas en ambos lados de la calle y había logrado testificarles a 7 personas para la semana. Recordé que había decidido a testificarles a dos personas más. Me fui a la siguiente calle y pasé unos minutos platicando con la señora de la primera casa que se encontraba justo a un lado de la casa de Yar Win. Al concluir me seguí por la acera y caminé por el patio de la casa de Yar Win. La puerta estaba abierta pero no se veía nadie. Toqué en el marco de la puerta y un hombre apareció de atrás de una esquina con una toalla envuelta en la cabeza. La toalla le cubría toda la cara por lo que no podía ver sus facciones. Pensé, “Esto es diferente”. No tenía idea del por qué tenía la toalla envuelta en la cabeza. Quise platicar con él pero no le entendía nada de lo que decía. Ya me iba cuando de pronto se cayó justo en frente de mí. Fue entonces que vi las manchas en la toalla y le pregunté si estaba sangrando. Me contestó, “Sí”. Esa fue la primera palabra que le entendí. Se quitó la toalla y pude ver su cara que estaba cubierta de sangre. Cuando vi esto me dio miedo y supe que algo malo había sucedido pero no sabía qué ni por qué. No sabía si había sido un accidente y tenía miedo de entrar en su hogar porque pensaba que podía ser un caso de violencia doméstica. Corrí a la casa de la vecina donde había estado anteriormente y le dije a la señora que su vecino estaba sangrando gravemente. Le dije que llamara a una ambulancia. Ella llamó, y llegó la policía y la mitad de los vecinos de la calle llenando su sala. Los vecinos de Yar Win lo pusieron en su sofá e hicieron lo que podían. Estaba sangrando de su cabeza, uno de sus ojos estaba saltado y su quijada parecía estar dislocada.
Una bala había entrado en la parte inferior de su barba dejando quemaduras de pólvora y salió por su frente justo debajo de línea del cabello. Sus vecinos le preguntaron qué había pasado y él les dijo que se había disparado el mismo. La policía después determinó que había utilizado su pistola de calibre 32.
Fue en ese momento, con la sala de Yar Win llena de vecinos, con él en el sofá esperando a la ambulancia, sangrando y sin muchas esperanzas de sobrevivir que le pregunté si me permitiría hacer una oración. Todos estuvieron de acuerdo y oramos. Fui a donde él estaba acostado y le dije que era predicador. Le testifique justo allí en ese momento. Le dije, “Cuando el Señor Jesucristo murió, hubo dos hombres más que murieron junto con Él; uno a la derecha y el otro a la izquierda. Ambos eran ladrones pero Jesús solo salvó a uno y al otro no. Al que salvó no era bueno, no era miembro de una iglesia, no había sido bautizado, y como era ladrón sabemos que no había obedecido los Diez Mandamientos. (Debemos hacer todas estas cosas buenas pero ellas no salvan, no perdonan los pecados, ni abren las puertas del Cielo para nosotros.) El otro ladrón era de la misma clase de pecador así que no podemos decir que uno era mejor que el otro. Ambos sabían de la existencia de Jesús, estaban hablando con Él.” Entonces le pregunté a Yar Win, “¿Cuál fue la diferencia? ¿Por qué salvó a uno y no salvó al otro?” El me miró pero no respondió. Yo contesté, “Porque uno le pidió a Cristo que lo salvara y el otro no confió en Él para la salvación.
Le pregunté, “¿Puedes confesarle a Dios que eres pecador y que necesitas Su perdón?” También le pregunté si creía que Cristo murió por su pecado y que el cuerpo de Cristo resucitó de la tumba. “Si” me contestó a todas las preguntas. Le cité un versículo, Romanos 10:13, “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” Le expliqué que “todo aquel” se refería a él, y que el nombre del Señor es Jesús (Romanos 10:9). Nuestro Salvador no es solamente un “ser superior”. El Señor Jesucristo nos creó y murió por nosotros (Colosenses 1:13-16) y si confiamos en Él, Dios dijo que Él nos salvará.
Yo le pregunté a Yar Win, “¿Te gustaría pedirle a Cristo que entre en tu corazón y te salve?” Me respondió, “Si”. Le guíe en oración. Todos somos pecadores (Romanos 3:23); la diferencia es que algunos son perdonados pero otros no lo son. Puede ser cierto que no hayas pecado tanto como otros (Lucas 7:47, Génesis 39:9, Isaías 1:18, Juan 19:11) pero no importa como lo veas, tu y yo somos pecadores. Todos los pecados rompen la comunión con Dios y ocasiona que necesitemos Su perdón.
La oración para salvación contiene lo siguiente:
1) Reconoces ante Dios que eres pecador y necesitas Su perdón.
2) Y que crees que Cristo murió por tu pecado.
3) Acudes al Señor de manera personal pidiéndole el perdón de tus pecados.
4) Confías en Él para llevarte al cielo cuando mueras.
Yar Win dijo que él haría todo esto, pero lo hizo de una manera distinta a lo que yo esperaba. Yo le había indicado que podía orar en su corazón porque había visto que la bala le había roto algunos dientes, pero él oró en voz alta aun con la sangre gorgoreando en su garganta. Después de la oración llegó la policía, la ambulancia y un helicóptero de rescate. El asistente médico que le tomó la presión arterial dijo, “No sé cómo lo hace”. Yar Win se había disparado en la cabeza y seguía consciente y hablando. Le pregunté a los rescatistas si creían que sobreviviría. Ellos me contestaron, “Ya veremos”.
Lo llevaron en helicóptero al hospital Harborview Medical Center en Seattle. Al día siguiente lo operaron porque le había quedado un fragmento de la bala. Le pregunté al doctor si él creía que viviría y si sobrevivía qué daño tendría en su cerebro. El doctor respondió, “Esa área del cerebro no es tan importante.” ¡Yo creía que todo el cerebro era importante! Él dijo, “Habrá daño, pero tendremos que esperar y ver hasta dónde.” Hasta el día de hoy, el único problema que le conozco es que en ocasiones Yar Win experimenta pérdida de conocimiento que dura unos minutos. A pesar de su herida tiene un trabajo y vive una vida normal.
Él me dijo después que jamás había confiado en Cristo antes pero había visto algunos programas religiosos en la tele. Le mostré con la Biblia que podía tener seguridad de su salvación porque dice en la Palabra para “sepáis” que “tenéis” vida eterna basado en lo que esta “escrito” en la Palabra de Dios (1 Juan 5:13). Nuestra fe se basa en lo que dice La Biblia (Romanos 10:13, 17) y no en nuestros sentimientos. Estoy seguro que el ladrón en la cruz se sentía crucificado, pero tenía la promesa de Jesús y nosotros también la tenemos: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Romanos 10:13). ¿Si el día de mañana tienes dudas o estás enfermo y no te sientes “salvo”, vas a confiar en tus sentimientos como el indicador espiritual o en lo que Dios dijo? “Si vosotros no creyereis, de cierto no permaneceréis.” (Isaías 7:9).
En otras palabras, si no crees en lo que Dios ha dicho, ¿cómo puedes saber? ¿En qué opinión o teoría confiarás? “Mas ¿qué dice? Cercana está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe, la cual predicamos: Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia; mas con la boca se hace confesión para salud. Porque la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia de Judío y de Griego: porque el mismo que es Señor de todos, rico es para con todos los que le invocan: Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Romanos 10:8-13).
Yar Win vino a nuestra iglesia y fue bautizado. Se sentó en la primera fila cantando alabanzas a Dios y memorizando Las Escrituras. Después, la iglesia juntó dinero para comprar los boletos de avión que traerían a su esposa e hijos a los Estados Unidos. Yar Win sirvió de traductor para su esposa mientras una hermana de la iglesia le guío al Señor. Sus dos hijos, quienes obtuvieron excelentes calificaciones en la escuela, lograron graduarse de la universidad. Estoy feliz de poder decir que se agregó alguien más a la familia ya que Yar Win y su esposa tuvieron un tercer hijo.